lunes, 9 de noviembre de 2009

ATARME O DESATARME

Mi ausencia a la clase del sábado pasado, me dejo suspendido en la nada, más que nada por las consignas dadas y todo aquello que tenía que ver con el desarrollo de esa clase, a la que falte -debo confesarlo- por quedarme dormido, hermosamente dormido.


Una culpa poca veces vivida, por no haber asistido “ a esa clase”, la de los sábados, mezcla de pasión, de ausencia, de experiencias compartidas.


La semana comenzó con interrogante de varios compañeros, Silvana con el primer disparador “ Necesito que alguien me explique con detalles todo lo que hay que hacer para el sábado”.


Gabriel contestaba “ … la consigna suele ser un disparador para el cuento. Si después el cuento se va para otro lado, dejalo ir, no te ates”.


Paula interrogaba: “El último ejercicio que hicimos, de crear un cuento en el momento con las tres palabras. Cómo eran exactamente las consignas? La introducción tenía que ser una canción inventada por nosotros, cantada, no?. Luego el cuento y al final una frase de una canción dicha sin cantar?, me falta algo?, porque no me acuerdo bien”.







Alejandro o mejor dicho Sandro nos informaba: “Hola Paula ! ......y demás compañeritos !Voy a tratar de responder a tu inquieta inquietud.La introducción debía ser una composición canto-sonidos inventada ó tal vez recordada que hiciera alusión a alguna ó las tres palabras- consigna.La letra de la canción recordada debía ser narrada y no-cantada. Podía ubicársela al final ó en el transcurso del relato.Yo entendí en estos términos.Si me equivoco,..... no faltará algún compañero que pueda aportar luz ante tanta oscuridad !......ó mayor confusión aún !!


Finalmente Lili, siempre presta a despejar nuestras dudas nos daba su visión esclarecida: “Es como dijo Sandro ! Las palabras consigna son: Arlequino. rosa sangrante, abismo.Nos vemos el sábado y si alguien mas tiene alguna otra duda yo se la amplio”.

Pero a mi se me disparo para otro lado, como decía Gabriel ayudado por Sandro que me decía “ HUMILDEMENTE DEBO DECIR QUE NO ADHIERO A LO QUE DICE EL COMPAÑERITO GABRIEL.FERNANDO :.......... TOMANDOME DEL DISCURSO PREVIO DE GABRIEL,..... YO CREO QUE SÍ DEBES ATARTE,....ES SANO QUE TE ATES !!!ABRAZOS,.... SANDRO “.


Fue a partir de esta última frase que se me ocurrió, que bueno seria atarme o desatarme de ciertas cosas que en esta vida pasan.





Claro que debo cumplir con la consigna de Roberto y entonces elegí Abismo, mezclado con los dichos de Sandro.

Y me puse a pensar en esta semana tan loca, tan llena de mensajes, de afectos, de inseguridades.

El abismo entre atarse o desatarse, atarse a las cosas que siempre operan como excusas del deseo, de aquello que gozamos y que no nos permiten disfrutar a pleno con lo que nos hace tanto bien.


Y desatarnos de aquellas otras, que operan como disparadores de los deseos más ocultos, de las pasiones escondidas, de los sueños irrealizables.

Yo que vivo atado al río, al Paraná que me comprende, que me cobija, decidí desatarme porque él como yo, buscan su destino en el abismo del mar donde finalmente llegara.

Y atarme a las cosas que me interesan, que me dan placer, mucho placer, al deseo de compartir, de escuchar cada sábado como este, las infinitas historias de mi compañeros, que bajo la atenta y estupenda batuta de Roberto, nos permiten atarnos al abismo de la irrealidad, de los sueños, de las utopías, como este sábado y los que vendrán.

Me falto la canción, pero que importa, la canción esta en cada uno de uds, y es tan maravillosa, porque la entonamos a coro, entre todos.

Fernando Iglesia
Octubre de 2009.

viernes, 28 de agosto de 2009

"EL CERRITO"

Luego de recorrer en un jeep Willis los caminos arenosos que separaban de la Capital, por fin llegábamos a Paso de la Patria.
De golpe el Paraná, con toda su bravura, se presentaba ante nuestros ojos.

El viejo lanchón nos esperaba al pie del muelle. Como malabaristas sorteábamos la planchada para poder estar a buen resguardo.
Cuando el capitán daba la orden de levantar amarras, el viejo barco meciéndose comenzaba su diaria travesía.
Durante más de treinta minutos la adrenalina se apoderaba de todos los pasajeros. Había que sortear la tormenta y el oleaje de un río que parecía obstinado en dar batalla a los que deseábamos llegar a destino.


Del otro lado del río se levantaba orgulloso “El Cerrito”, una isla enclavada entre el Paraná y la desembocadura del Paraguay.
Sus aguas se iban tornando color barro cuando más nos aproximábamos, no sin antes recorrer el riacho donde apenas entraban los rayos del sol por las enredaderas de los árboles y los monos carayá jugueteaban sin prestarnos mucha atención.


Por fin llegábamos al muelle de madera donde amarraba nuestro lanchón.
Desde la costa, en lo alto, se dejaba ver el campanario de la única capilla y los edificios de señorial construcción.
Luego de recorrer un kilómetro por el único camino pavimentado el paraíso era nuestro. Después de una larga caminata nuestra casa aparecía entre los árboles. Una típica construcción inglesa del siglo pasado, de grandes y quirúrgicos ambientes, rodeada de galerías con sillones de mimbre pintados blancos que nos daban la visión espectacular de un lugar para la fantasía.


Al mediodía, luego del llamado de tres campanadas nos dirigíamos al comedor donde almorzábamos y donde se me permitía –por ser el hijo del Director de ese lugar- adentrarme en la cocina que para mí era un lugar soñado, por sus dimensiones y especialmente por la pulcritud del lugar y porque desde el techo se desprendían una infinidad de relucientes ollas de distintos tamaños y diversos utensilios de cocina.


Otro lugar fascinante era la Administración, donde Montenegro, el Jefe, nos permitía con la anuencia cómplice de mi padre, teclear las viejas remington con papel carbónico.


Al rato de llegar, mi padre partía con su impecable guardapolvo blanco a la “zona”, único lugar que nos estaba vedado, demarcado por kilómetros de alambrado rojo intenso, de donde regresaría al atardecer.
Mientras tanto, el tiempo se nos escurría en largas caminatas por senderos inexplorados de esa isla fantástica, donde árboles centenarios se elevaban hacia el cielo, y donde, como en un juego de búsqueda del tesoro, intentábamos casi siempre con poco éxito, encontrar algún vestigio de la guerra de la Triple Alianza.


En ese lugar transcurrió parte importante de mi infancia, esa isla a la que Rodolfo Walsh describiría en la revista Panorama con lujo de detalles como “La Isla de los Resucitados”, denominación que comprendí años después, cuando se me permitió compartir el almuerzo de despedida a mi padre, junto a los enfermos, médicos y enfermeros del lugar.
Ahí entendí que, lo que para mí era una fantasía, para mi padre era su lugar de trabajo apasionado, de lucha contra una enfermedad, la lepra, que abrazó con convicción y entusiasmo.


Regresé muchos años después a ese lugar, a lo que fuera un hospital en medio de la nada, ahora convertido en un lugar turístico por designios de la política.
Sin embargo sigue conservando el mismo aire, los mismos árboles y la misma fantasía de mi infancia.

Fernando Iglesia
Buenos Aires Agosto de 2009

EL GALOPE

DESDE MI CAMA ANCHA APENAS DIVISO ENTRE BRUMA Y ESCARCHA,
LAS FIGURAS DIMINUTAS DE CABALLOS.
ESCUCHO, PRESIENTO QUE FALTA MUY POCO PARA QUE JUNTO A MIS HERMANOS, EMPRENDAMOS LA AVENTURA SIN DESTINO, MONTADOS EN ESOS BRAVOS ANIMALES.

CUAL ME TOCARA HOY, EL PETISO, EL BALLO, EL ZAINO, O TAL VEZ CON ALGO DE SUERTE EL TOBIANO TAN DESEADO..
MONTURA O BASTO, RIENDAS DE CUERO O LAS DE TIENTO?

PASO, TROTE Y GALOPE NOS ALEJARAN DE LA CASONA HACIA LA LAGUNA MANSA Y VERDE, O NOS LLEVARAN POR SENDEROS INEXPLORABLES, O TAL VEZ POR EL CAMINITO SEPENTEADO DE RAMAS , ARBUSTO Y ESPINIÑARES.

FALTA CADA VEZ MENOS Y ANSIOSO ESPERO MONTAR Y SALIR, CAMPO AFUERA.

BUEN DIA, BUEN DIA, EL SALUDO AMABLE DE MI MADRE INVITA AL DESPERTAR DEL SUEÑO.

FERNANDO IGLESIA
BUENOS AIRES AGOSTO 2008.

DESENCANTO ADOLECENTE

Quién no paso en la adolescencia, con más de un desencanto. Claro es una etapa de la vida donde, por lo general uno cree tener el mundo en sus manos, salvo cuando pasan historia como esta.

Corría el verano caluroso del 67, en mi ciudad, Corrientes.
Primer año en el Comercial General Belgrano, con su edificio imponente que cubría una manzana, al que de tarde concurría con la ilusión de ser, alguna vez, perito mercantil.

7 de la tarde campana de salida del cole, la hora más esperada por todos, porque no solo era el fin de una jornada, sino que representaba el comienzo de horas de esparcimientos y la inevitable junta con los amigos.

Si era viernes, ya se preparaba algún “copetín”, típico baile de pueblo en alguna casa, preferentemente de alguna compañera de colegio, eso si ante la atenta y controlante mirada de los padres de la dueña de casa.

Y claro uno se ponía, lo mejor: remera de moda, pantalones al tono y si tenía mocasines Guido mejor, todo un lujo para partir a la conquista de la vida.

Al comienzo los varones y las chicas cada uno por su lado, un rato después combinado mediante (Combinado: aparato de música con púa y obviamente un disco negro), se iban armando las parejas, eso si lentamente y los chicos esperábamos ansiosos la música lenta para poder tener un poco mas cerca a la compañera elegida.

Ah se me olvidaba, todo eso en el patio de la casa y con mucha pero mucha luz, como para que nadie se perdiera.

En esa etapa, creo que en general, todos nos sentíamos ganadores, en el sentido de utopías, sueños inalcanzables y amores muchas veces no correspondidos, pero la ilusión estaba.

Yo comencé a peinarme con raya al medio, era toda una novedad, claro tenía en aquel entonces, cabello muy lacio y obviamente una cabellera abundante.


A pocas cuadras de mi casa, estaba imponente la tienda “Garlem” que era, para que se ubiquen como un Modart, que vendía ropa de hombre de todas las edades.

En aquella época, uno recién se compraba ropa, sin la compañía de un mayor o de los padres a partir de los 14 o 15 años, lo cual era un signo de liberación y adultez.

Algún bailecito o copetín importante para mi, asomaba en el horizonte. Mi Madre recuerdo, me insistía en que fuera yo solo a la tienda a comprarme una remera a rayas (muy moderna para la época), que tanto insistía en que me regalara.

Era sábado, cerca de las 11 de la mañana, cuando como quien va en busca de un tesoro, partí a la tienda en busca de esa prenda, que en mi loca fantasía, haría dar vuelta a mas de una de mis compañeras, en el baile de esa noche.

Entré por las dos puertas enormes del edificio vidriado, y recorrí unos veinte metros hasta pararme enfrente de unos escaparates, de donde colgaban remeras de todos los colores y tamaños.

Un señor entrado en años, de anchos bigotes con esa parsimonia de los viejos empleados de tienda se me acercó y como si supiera, estiró su mano y me entregó la remera que yo tanto anhelaba.

El probador está por allá hacia la izquierda, con voz amable pero firme me dijo el vendedor y yo rápidamente me introduje en una salita de un metro por un metro, con pequeña silla en la esquina y espejos en todas sus paredes.

Raudamente me probé la remera a rayas, me encantó, pero de repente, todo se volvería gris, qué gris, negro. Miré a los costados intentando ver si había otra persona en el mostrador, no era imposible por sus dimensiones, volví la mirada una vez y otra vez hacia los espejos ratificando que era yo el que se veía de perfil. Una nariz que yo no sabía que tenia, era lo más prominente y no desaparecía del espejo, volví a mirar intentado que la imagen me confirmara otra imagen, pero no, era yo, que me creía muy buen mozo, pero que nunca antes había visto mi nariz. Mi nariz de perfil. El mundo se derrumbaba a mis pies, me sentí el más feo de la tierra, no compré la remera y por unas horas creí que no podría salir a la calle. No se lo conté nunca a nadie. Ese fue mi primer desencanto adolescente, me duró poco, porque a la noche estaba feliz y ganador en el copetín de ese sábado.

viernes, 7 de agosto de 2009

Gaucho Milagroso

Gaucho Milagroso

Gaucho milagroso el de la peonada
Miles se inclinan junto a tu altar
Desoyendo advertencias de religiosidad
Sapucay al viento de la libertad.

Todos se detienen para agradecerte
La infinita gracia de tu generosidad
Encendiendo rojas velas al viento
Llevando tus cintas para recordar.



Llegan a tu santuario dejando un presente
Cerca del Payubre y del Ibera
Vienen desde lejos, piden con un ruego
Que les des la mano para continuar.


Rezos que retumban en el espinillar
buscando tu paso al peregrinar
de todos aquellos que solo confían
En tu inmenso amor, eterna bondad.

Cada 8 de enero te veneran todos
Nadie mas ahora te puede olvidar
Gauchito Gil nos protejas siempre
De las injusticias y la impunidad.


Llegan a tu santuario dejando un presente
Cerca del Payubre y del Ibera
Vienen desde lejos, piden con un ruego Estribillo
Que les des la mano para continuar.

Fernando A. Iglesia
Corrientes, 10 de Enero de 2005

jueves, 25 de junio de 2009

EL PIANO Y LA ROSA

La puerta abierta de par en par era una sugestiva invitación al recuerdo,

El hombre traspuso el umbral y se adentro en esa sala de sueños.

Al fondo un piano de cola y sobre el brillaba, una roja rosa.

Por un instante, por un segundo imágenes de esa sala se adueñaron

de ese pequeño hombre enfrascado en la melodía y en la rosa.


Primero fue el rostro de su hermana mayor, estudiando filosofía,

al instante la de su hermana menor, leyendo algún texto de Freud,

luego el de su hermano enfrascado en los mil vericuetos de la medicina,

y por fin él, sumergido entre códigos y leyes.


La sala parecía, por momentos recobrar sus viejos brillos,

de aquellos años de juventud, de ilusiones, de utopías, de sueños;

de repente, sus habitantes habían desaparecido,

la melodía que se desprendía del viejo piano sonaba intensamente

y la rosa, la rosa seguía brillando.

Junio 2009
Fernando Iglesia

jueves, 18 de junio de 2009

VIDA Y MUERTE

Como si fueran rasgos de una misma cara,
la vida y la muerte se nos aproximan a cada instante.

Una llena el aire de alegrías, la otra nos somete a un largo llanto,
a una inmensa pena.

Cuando sonó el teléfono anunciado la partida de Manuel -mi hermano mellizo-
me invadió una mezcla de rabia, confusión y tristeza,
pero sobre todo de culpa, por no haber estado ahí, intentado salvarlo,
rescatándolo de su aguda soledad.

Partí raudamente hacía Corrientes, intentando acortar las distancias
que me separaban del dolor.

Las imagenes se sucedían, como las llamadas de amigos que
necesitaban conformar lo ya sabido.

La llegada a su departamento revivieron imagenes,
la costanera, el Paraná, los lapachos., pero él ya no estaba.

La tarde en que empredí el regreso, en su cama reposaba mi nieto Mateo,
una nueva vida, signos de alegria, de esperanza.

A los lejos un acordeón tocaba "La Calandria",
el Paraná estaba más verde que núnca, los lapachos florecian.